La creencia que romper un espejo traía mala suerte, se originó mucho antes de que existieran los espejos de vidrio. Esta creencia surgió de una combinación de factores religiosos y económicos.
Los primeros espejos utilizados por los egipcios, hebreos y griegos eran de metales como el bronce, la plata y el oro pulimentado, por tanto, eran irrompibles.
En aquella época, los videntes solían hacer sus pronósticos con unos cuencos de cristal o de cerámica llenos de agua. De modo muy parecido a la bola de cristal de las gitanas. Si uno de estos se caía y se rompía, la interpretación inmediata era que la persona iba a morir muy pronto o en su futuro lo esperaban acontecimientos tan catastróficos.
Esta superstición siguió extendiéndose a través de los años. Cuando, a mediados del siglo XVII, empezaron a fabricarse en Inglaterra y en Francia espejos baratos, la superstición del espejo roto estaba ya extendida y firmemente arraigada en la tradición.