Está bien que Jared Kushner se burle de la “multitud del encierro eterno” preocupado por la reapertura de cada estado, pues él no tiene que marcar tarjeta en una fábrica de carne, conducir un autobús o trabajar en una sala de emergencias.

El yerno y asesor principal del presidente, se queja entre bastidores de que no se le atribuye el mérito de la “gran historia de éxito” de la batalla de Covid-19, predice que la economía se “sacudirá” en junio.

Para que así sea, un vasto ejército de trabajadores tendrá que dejar de lado sus temores ante una pandemia que ha infectado a más de un millón de estadounidenses y ha matado al menos a 60.000, y volver a poner en marcha el motor económico del país.

Tendrán que hacerlo sin la red de seguridad de un amplio programa de pruebas – que el presidente Donald Trump dice que no es necesario – para permitir a las autoridades rastrear y aislar los brotes de Covid-19 que la Casa Blanca no ha logrado construir.

Las predicciones simplistas de Kushner ignoran las complicaciones que nublan la batalla médica contra el coronavirus – en ausencia de tratamientos probados y una vacuna. También simplifican en exceso las enormes incertidumbres económicas inherentes a la nunca antes intentada tarea de volver a encender una economía – que en gran medida dependerá de la confianza de un público cauteloso.

Y mientras millones de estadounidenses están desesperados por volver al trabajo, las palabras de Kushner y los riesgos asociados parecen reflejar el desdén por la gente trabajadora que pagará el precio si algo sale mal.