Cuando Flavio Ramos entró en la habitación del hospital, estaba jadeando por aire y entrando y saliendo de conciencia. Así que fue su hijo, Arturo, el primero en notar los cuerpos.

Dos cadáveres yacían desatendidos en el suelo de baldosas. A la mañana siguiente, el número de cuerpos en la habitación aumentó a tres. Flavio Ramos estaba muerto.

Más de un mes después, su familia aún no ha enterrado a Flavio Ramos. No podrían si lo intentaran. Porque poco después de su muerte, Arturo Ramos dice que las autoridades del hospital perdieron el cuerpo.

“Necesitamos un lugar para decir, el domingo vamos a poner flores en la tumba de mi padre”, dijo su hijo desconsolado. “No hay nada, no hay nada que puedas hacer”.

Flavio Ramos, de 55 años, es otra víctima del Covid-19 en Guayaquil, Ecuador, el lugar de uno de los peores brotes de coronavirus del mundo.

Su muerte y desaparición ilustran cómo el sistema de salud de la segunda ciudad más grande de Ecuador, aproximadamente del tamaño de Chicago, se derrumbó en cuestión de semanas después de que el brote explotara en marzo.