Paul Romer, un economista ganador del Premio Nobel, prevé un día en el que todos los estadounidenses se sometan a pruebas regulares de COVID-19, y presenten la prueba cuando salgan a cenar o visiten un dentista.
Michael Osterholm, director del Centro de Investigación y Política de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Minnesota, dijo que si un “gran pico” de coronavirus inunda los hospitales este invierno, “tenemos el potencial aquí de pasar por días que no hemos visto desde la Segunda Guerra Mundial… Como nación, no estaremos preparados”.
“Lo que estamos experimentando es una desestabilización global masiva de todos nuestros sistemas”, añade Brian David Johnson, futurólogo y director del Laboratorio de Amenazas de la Universidad Estatal de Arizona. “En realidad no sabemos todo el daño que ha ocurrido. Estamos en soporte de vida, a nivel mundial”.
Si el estreno mundial de COVID-19 te pilló desprevenido, puede que tengas que prepararte para una secuela.
Muchos científicos creen que es probable que la pandemia se disipe durante el verano y vuelva a finales de este año en una segunda ola que podría ser peor que la primera. Aunque esa perspectiva no es segura -sólo una de las varias trazadas por los expertos en salud pública-, la planificación de los desastres consiste en anticiparse a los peores escenarios.
Así que, a meses de la posible segunda ronda, ¿están los Estados Unidos preparados – médica, económica y emocionalmente?
La respuesta principal de los epidemiólogos, economistas y futuristas: probablemente no. Pero el mañana depende en parte de lo que hagamos como individuos, comunidades y nación.