Antes de la pandemia, a menudo saludaba de mano y me despedía con un beso en la mejilla y un abrazo, un saludo común. Pero la atención sobre el contagio por el coronavirus me ha hecho hiperconsciente de todo lo que toco, y de cualquiera que intente tocarme.
Es natural que algunas personas anhelen la comodidad de un abrazo para aliviar la ansiedad. Pero también es perfectamente comprensible sentirse aprensivo acerca del contacto físico en este momento. Una pandemia no es sexy.
“Todo el día intentamos protegernos físicamente contra la covid-19”, dice la psicoterapeuta Dana Dorfman. A diferencia de otras experiencias traumáticas como el 11-S cuando la gente buscaba el consuelo de la intimidad física, “los humanos se están contaminando con algo invisible, y estamos siendo condicionados a no dejar que nada nos penetre”.
Para aquellos que comparten casa con sus parejas, familiares o compañeros, Dorfman dice que la falta de privacidad juega un papel importante. La intimidad es a menudo un resultado natural de “dos individuos separados” que desean “una cercanía o fusión de sí mismos”. Pero ahora, día tras día, “eres consciente de la presencia de todos” en el hogar. Y con “tan pocos límites” mientras comemos, dormimos, trabajamos y navegamos por el mismo espacio todo el día, dice, “la idea de fusionarnos físicamente puede que ya no sea de interés”.