Los médicos, las enfermeras y los socorristas se enfrentan a la enormidad de lo que han presenciado durante la primera oleada de la pandemia.

Marc Ayoub recuerda a la mujer de 50 años que vino sola a la sala de emergencias. Tuvo un paro cardíaco y fue conectada a un respirador. Ayoub, un residente del duramente golpeado Hospital Elmhurst en Queens, trató de contactar con su familia toda la noche, y cuando finalmente se conectó con su hija, sólo tenía malas noticias.

Mientras estaba en su traje espacial de protección, sosteniendo su teléfono frente a la cara de la mujer para que su hija pudiera verla por última vez, Ayoub estaba indignado de que en esto se había convertido la muerte durante la pandemia de coronavirus.

Miró hacia otro lado, tratando de ser respetuoso con el momento sagrado. Pero no pudo evitar escuchar como la hija conectaba a un miembro de la familia tras otro, hasta que hubo más de una docena de personas llorando en la charla. “Mami, por favor vuelve”, suplicó la hija. “Por favor”.

“Soy médico. Pasé años capacitándome para ayudar a la gente, pero nunca me he sentido tan desamparado en mi vida”, recordó Ayoub, de 31 años. “No había nada que pudiera hacer por el paciente o la familia”.

Se supone que los médicos, enfermeras y técnicos médicos de emergencia son los superhéroes de la pandemia. Se inmortalizan en graffitis, canciones cantadas desde las ventanas de los balcones y homenajes erigidos desde Times Square a la Torre Eiffel. Pero a pesar de los elogios, muchos confían en que los últimos meses los han dejado sintiéndose perdidos, solos, sin poder dormir. Se cuestionan sus decisiones, experimentan ataques de pánico, se preocupan constantemente por sus pacientes, sus familias y por ellos mismos, y sienten una tremenda ansiedad sobre cómo y cuándo podría terminar esto.