Hace tres meses, la pandemia COVID-19 obligó a las universidades a cerrar sus puertas. Sin estudiantes, profesores o personal lavándose las manos y bebiendo de las fuentes de agua, las cañerías han quedado casi tan inutilizadas como los propios edificios.

Eso es un problema. El agua estancada en los edificios, que ha permanecido vacía durante mucho tiempo en medio de las preocupaciones por el coronavirus, es un riesgo para la salud.

“Las tuberías están hechas para ser usadas”, dijo Andrew Whelton, profesor asociado de ingeniería civil en la Universidad de Purdue en Indiana.

Cuando la plomería no se usa, el agua se queda en las tuberías, donde el nivel de metales lixiviados y las colonias de bacterias dañinas pueden aumentar.

Cuando los estudiantes, profesores y empleados regresan al campus y el agua comienza a fluir de nuevo, estos contaminantes pueden terminar en botellas de agua y duchas, añadiendo una preocupación más por la salud de los campus que ya están luchando por minimizar la exposición a COVID-19.

Detrás de las paredes de cada edificio, una compleja red de tuberías, bombas, tanques y calentadores suministran agua a una colección igualmente compleja de fuentes de agua potable, lavabos, inodoros, máquinas de hielo, sistemas de rociadores y más. El uso, la edad y la arquitectura afectan a la forma en que el agua se mueve a través del edificio.

Ahora, en ausencia de evidencia de cómo mantener mejor la calidad del agua durante los cierres a largo plazo, las universidades van a tener que ser cuidadosas con los pasos que toman para mantener el agua de sus edificios segura.

Y el reloj está corriendo. Algunos empleados ya están regresando a los campus universitarios, incluyendo investigadores y estudiantes atletas. Algunas escuelas planean abrir en agosto, y muchas otras abrirán – aunque algunas de manera limitada – a principios de septiembre.