En el centro de Buffalo, Nueva York, cruzar la frontera a Ontario, Canadá, solía ser tan fácil como conducir una milla a través del Puente de la Paz sobre el río Niágara. Pero ahora es una ruta prohibida.

En la era del coronavirus, los residentes de Nueva York y los viajeros de fuera del estado no pueden cruzar la frontera para viajes de placer.

Los ciudadanos de EE.UU. han sido excluidos de su país vecino del norte y de un montón de naciones de todo el mundo.

La Unión Europea está considerando bloquear a los viajeros de las áreas con brotes severos de Covid-19 después de abrir sus fronteras el 1 de julio.

Dado que los Estados Unidos tienen más casos confirmados de coronavirus que cualquier otra parte del mundo, con números que aumentan en algunos estados cada día, es poco probable que se permita a los viajeros estadounidenses entrar pronto.

“Las posibilidades de EE.UU. son casi nulas”, dijo un diplomático de la UE a CNN. “Con sus tasas de infección… ni siquiera ellos pueden creer en esa posibilidad”.

Aunque se está discutiendo sobre posibles burbujas de viajes en todo el mundo -Fiji es el último en unirse a una con Australia y Nueva Zelanda-, los Estados Unidos aún no han formado ni se han unido a una burbuja.

¿Dónde deja este nuevo orden mundial a los ciudadanos de EE.UU. con una tremenda afición por los viajes?

Nostálgicos por los días pre-covid cuando un pasaporte estadounidense prometía acceso a gran parte del mundo o Ansiosos de cómo serán percibidos – y recibidos – por los países extranjeros cuando las restricciones sean eventualmente aflojadas?

El futuro de los viajes de los americanos, y si serán bienvenidos de nuevo como turistas, no está claro; en muchos sentidos, es un punto discutible mientras se prohíba viajar a ciertas regiones.