La mezcla de mensajes y la politización han convertido una salvaguarda de la salud pública en el último reto para los trabajadores de bajos salarios.

Ha pasado casi una semana desde que la ciudad de Mobile, Ala., comenzó a requerir máscaras en público. Pero dentro de la tienda de descuentos donde trabaja Kae Palmer, no ha cambiado mucho.

La mayoría de los compradores siguen viniendo sin cubrirse la cara. Los trabajadores se quitan rápidamente las máscaras cuando no están en el piso de ventas. Palmer, que trae sus propias máscaras de casa, se preocupa por su salud, pero no siente que pueda hacer mucho al respecto. La orientación corporativa, dice, ha sido: “Sólo sirve al cliente y no hables de su falta de una máscara”.

Al igual que millones de otros trabajadores del comercio y los servicios, ha sido arrastrada al frente de una creciente guerra cultural entre los que están dispuestos a usar máscaras y los que no. La mezcla de mensajes y la politización han convertido una salvaguarda de la salud pública en un asunto de pararrayos. Como resultado, los trabajadores han sido reprendidos, incluso asaltados, por agresivos anti-máscaras.

“Los gobiernos estatales y locales han adoptado diferentes enfoques, pero todos tienen una cosa en común: dejan que los dueños de negocios y los empleados cambien el comportamiento de la gente en un momento en que los ánimos ya están caldeados”, dijo Lindsay Wiley, directora del Programa de Leyes y Políticas de Salud en la Facultad de Derecho de la American University en Washington. “Los trabajadores del comercio minorista – que ya están en gran riesgo porque están expuestos a la gente todo el día – ahora también se han puesto en la posición de pedir a la gente que use máscara”.