La política disfuncional, la falta de fondos para la salud pública y la prisa por reabrir la economía encendieron el resurgimiento del virus

Isabelle Papadimitriou, de 64 años, terapeuta respiratoria en Dallas, había estado tratando una oleada de pacientes cuando la economía de Texas se reabrió. Desarrolló síntomas de covid el 27 de junio y dio positivo dos días después. La enfermedad fue rápida y brutal. Murió la mañana del 4 de julio.

El día festivo siempre había sido el favorito de su hija. A Fiana Tulipán le encantaban las comidas familiares, los fuegos artificiales, el sentimiento de América unida. Ahora, se pregunta si alguna vez será capaz de celebrarlo de nuevo. En el luto, está furiosa.

Tulipán, de 40 años, había visto a su país fallar en el control del novedoso coronavirus. Había visto a Texas suavizar las restricciones incluso cuando el número de casos y hospitalizaciones se disparó. Había visto a sus conciudadanos negarse a usar máscaras o a participar en el distanciamiento social.

“Siento que su muerte fue cien por ciento prevenible. Estoy enojada con la administración Trump. Estoy enojada con el estado de nuestra política. Estoy enfadada con la gente que incluso ahora se niega a llevar máscaras”, dijo.

Seis meses después de la aparición del coronavirus en Estados Unidos, la nación ha fracasado en su intento de contenerlo. La ineficaz respuesta del país ha conmocionado a los observadores de todo el planeta.

Muchos países han llevado rigurosamente las tasas de infección casi a cero. En los Estados Unidos, la transmisión del coronavirus está fuera de control. La respuesta nacional está fragmentada, llena de rencor político y división de la guerra cultural. Las deficiencias de las pruebas que se revelaron en marzo se han agudizado en julio, con esperas de una semana para obtener resultados que dejan al país ciego a la propagación del virus en tiempo real y hacen que el seguimiento de los contactos sea casi irrelevante.