Si los votantes ven a un presidente trabajando, tal vez sea más probable que lo reelijan.
Ese fue el cálculo del martes, cuando el presidente Donald Trump tomó los poderes de su oficina y los aplicó abierta y descaradamente a sus esfuerzos políticos.
Ya pisando las líneas éticas al ser anfitrión de su convención en parte desde la Casa Blanca, Trump irrumpió en ellas en sus apariciones grabadas emitiendo un perdón y presidiendo una ceremonia de naturalización. Más tarde su secretario de estado apareció en un video grabado en un viaje oficial a Israel, un movimiento que ya ha provocado una investigación de los Demócratas de la Cámara.
Las ventajas de la ocupación de un cargo se ofrecen a cualquier presidente en ejercicio. Pero el uso de Trump de su oficina fue mucho más allá de sus predecesores.
El efecto fue un tono mucho más avanzado que la sombría noche del debut del lunes. En la segunda noche se destacó el apoyo de Trump a los estadounidenses comunes, reforzó su respaldo entre los evangélicos y subrayó sus logros en el extranjero – incluso cuando parecía por momentos ignorar las realidades de un país que se enfrenta a una pandemia histórica y a un malestar racial.
Se necesitó un discurso de cierre de la primera dama Melania Trump para finalmente abordar las realidades de la pandemia de coronavirus aún en curso y para confrontar los aspectos de la fea realidad del país.
El martes también puso en exhibición a más miembros de la familia de Trump, incluso cuando su rival Joe Biden fue acusado de nepotismo.