La población mundial ha visto amenazada su forma de vida, debido al coronavirus. Nos han bombardeado de recomendaciones para evitar el contagio que a veces nos sentimos demasiado vulnerables.
Algunos microbiólogos, dicen que, aunque las prácticas higiénicas son siempre recomendables, se debe de tener en cuenta que los métodos de higiene tienen un protocolo. Por ejemplo, frotar la suela de los zapatos en una alfombra con lejía, de poco sirve si antes han pasado muchas personas por ella. Para que el etanol sea efectivo para combatir los microorganismos, se necesita un tiempo de acción de varios minutos.
El excesivo uso de gel desinfectante, puede destruir la capa lipídica que protege nuestra piel del medio ambiente, por lo que la hace más sensible a los patógenos con los que entramos en contacto diariamente, además de aumentar la posibilidad de sufrir de dermatitis y otras enfermedades de la piel.
Sin embargo, es un hecho que el riesgo de contagio de Covid-19 es real y debemos seguir las recomendaciones de los especialistas para evitar el contagio.
Pero, a pesar de que el coronavirus es una pandemia real, nos han hecho creer que estamos frente al mayor ataque microbiológico que haya sufrido la especie humana, logrando que se extienda un pánico visceral hacia el prójimo.
Los seres vivos se han enfrentado a una gran variedad de patógenos durante milenios, y han desarrollado un sistema inmune encargado de hacerle frente a estos ataques microbiológicos que son cotidianos y constantes.
Las publicaciones sobre el impacto del Covid-19 han crecido exponencialmente, y muchas de ellas sin diseño experimental claro. Debido a eso, las autoridades sanitarias hacen una recomendación un día y tiempo después la cambian por otra. La misión de la ciencia es evitar que eso suceda.
El matemático Ramsey Dukes, dice que la vida posee un valor limitado, y lo que tiene un valor incalculable es la felicidad y el bienestar. Hoy somos menos felices que hace algunos meses.