Hace poco más de seis meses, el Congreso se unió en un raro acto de fuerte bipartidismo para aprobar, casi unánimemente, la Ley de Ayuda, Socorro y Seguridad Económica contra el Coronavirus (CARES). Y tal como se pretendía, la ley proporcionó asistencia financiera inmediata a los trabajadores y sus familias, a las pequeñas empresas y a algunas de las industrias más afectadas por la pandemia del coronavirus y la recesión resultante.

La Ley CARES funcionó porque, al menos durante varios meses, se diseñaron disposiciones clave para ayudar al 90% de los trabajadores con ingresos más bajos que constituyen la columna vertebral de la economía. Los 2.2 billones de dólares en ayuda federal mantuvieron la economía a flote mientras que, por el bien de todos, los negocios cerraron sus puertas.

Según datos de la Oficina de Estadísticas Laborales, casi 22 millones de trabajadores estadounidenses perdieron sus empleos como resultado de la recesión de la pandemia. En julio, 9 millones volvieron a trabajar. La Ley CARES ayudó a hacer posible esos retornos, pero aún tenemos un largo camino por recorrer hasta la recuperación.

Y finalmente, ningún paquete de ayuda puede ponernos en el camino de una recuperación estable a largo plazo sin poner en marcha programas más sólidos que se activen automáticamente para estabilizar la economía y apoyar a los trabajadores y las familias. Estos estabilizadores automáticos, como se les llama, aumentan el gasto a la primera señal de recesión y disminuyen cuando la economía se recupera.

Para ser claros, ninguna recuperación verdadera puede comenzar sin contener primero el coronavirus. A medida que vemos la caída y el potencial de que el virus se recupere a medida que los estadounidenses pasen más tiempo en casa, deberíamos enfocarnos en las políticas que podemos poner en práctica ahora para comenzar esa recuperación.