La idea de un Tribunal Supremo todopoderoso – un tribunal en el que los jueces con mandato vitalicio tienen la máxima autoridad para resolver las cuestiones más difíciles de la sociedad – ha llegado a parecer normal en los Estados Unidos de hoy.
No es normal en ningún otro lugar. En ninguna otra democracia los jueces sirven tanto tiempo como quieren. En la mayoría de las otras democracias, los tribunales superiores son menos agresivos para derribar leyes enteras, como dijo Jamal Greene de la Escuela de Derecho de Columbia. Los tribunales tienden a ordenar a los legisladores que arreglen partes específicas de una ley.
Una Corte Suprema todopoderosa tampoco ha sido constante en la historia de los Estados Unidos, en gran parte porque la Constitución no la establece. El equilibrio de poder entre el poder judicial y las otras ramas del gobierno ha oscilado. Las dos últimas décadas, en las que el tribunal ha intervenido para decidir una elección, legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo y desechar múltiples leyes, representan un punto culminante para lo que los académicos llaman “supremacía judicial”.
Todo lo cual sugiere que el futuro de la Corte Suprema no depende sólo de quiénes son los jueces. También depende de si los futuros presidentes y congresos deciden aceptar la supremacía judicial.