Hiromi Shinya, autor del libro “La Encima Prodigiosa” plantea que muchos alimentos que son buenos para el intestino, lo son también para el cerebro.
El autor afirma: “Los intestinos procesan los nutrientes para el cerebro. Los alimentos se absorben en los intestinos y los nutrientes se envían desde allí a todo el cuerpo. Esta es una cuestión importante a la hora de considerar qué es bueno para el cerebro, porque aquellos alimentos que resultan perjudiciales para tus intestinos no pueden ser buenos para tu cerebro”.
Por tal razón, el alcohol, las bebidas azucaradas, el tabaco y los alimentos altos en grasa y sodio, son perjudiciales para los intestinos y para el cerebro.
El autor propone tratar al cuerpo como una unidad, cuyos órganos y sistemas están interconectados y, por lo tanto, si uno se afecta, también se altera el otro.
Así mismo, el neurólogo David Perimutter, en su libro “Alimenta tu Cerebro” expone que lo que pasa en el intestino de una persona determina su riesgo de padecer algún trastorno neurológico.
Hipócrates, padre de la medicina moderna decía en el siglo III antes de Cristo que “toda enfermedad comienza en el intestino”.
El biólogo Ëlie Mechnikov, ganador del premio Nóbel, estableció que existía un vínculo entre la longevidad y el equilibrio saludable de las bacterias de nuestro cuerpo y afirmó: “la muerte empieza en el colon”.
Hasta hace un tiempo se pensaba que el cerebro era el que ejercía el control sobre el resto de nuestro organismo de manera absoluta; hoy en día se sabe que el intestino tiene el mismo poder. La diferencia principal es que el intestino no es capaz de generar pensamientos ni tomar decisiones. Sin embargo, los estudios demuestran que nuestro segundo cerebro es capaz de percibir, tiene memoria y puede aprender, como así también experimentar y reflejar emociones como el miedo.
La comunicación entre el cerebro y el intestino no ha sido estudiada completamente, pero esta compleja conexión explica cómo las emociones, la respuesta inadecuada al estrés y otras alteraciones neurológicas pueden repercutir en la función intestinal.