El domingo, el presidente Donald Trump pareció admitir por primera vez que había perdido contra Joe Biden en las elecciones que tuvieron lugar hace 13 días. Pero pronto siguió con un bombardeo de tweets insistiendo en que no estaba concediendo nada. El comportamiento de Trump es cada vez más absurdo, debilitando la democracia americana y desgarrando aún mayores abismos en una nación dividida.

Pero como todo lo demás en su presidencia, todo se trata de él.

Hay muchas teorías sobre lo que está impulsando la negación de Trump. Podría ser un ego frágil que no puede soportar la realidad de su derrota. Podría estar tratando de mantener a sus partidarios acelerados en la falsa creencia de que las elecciones fueron robadas para construir una base para la campaña de 2024. El antiguo presentador de un reality show podría estar preparando una base de fans para futuros negocios. Y hay una buena posibilidad de que simplemente quiera arruinar el país para el próximo presidente.

Todas las explicaciones anteriores son consistentes con el carácter del Presidente. Pero como el coronavirus, los hechos de la elección son impermeables a sus realidades alternativas. En el mapa electoral final, Biden tiene 306 votos electorales, más allá de la mágica marca de 270 necesarios para ganar la presidencia e idéntico al recuento del que Trump se jactaba que era “aplastante” hace cuatro años. Las demandas del Presidente no han estado a la altura de sus afirmaciones de fraude nacional coordinado, y no van a ninguna parte en los tribunales. En los próximos días, los estados comenzarán a certificar sus resultados de elecciones justas, cerrando cualquier vía legal para un regreso.

El escenario más probable es que Trump deje el cargo en enero en una admisión tácita de la realidad – pero se niegue a aceptar públicamente su derrota. Su partida se convertirá en una triste pero predecible metáfora de su presidencia, que insultó a la verdad desde sus primeras horas hasta las últimas.