Después de una pausa de verano, Francia se enfrentó este otoño a una aterradora segunda ola de infecciones de coronavirus que golpeó la mayor parte del país al mismo tiempo y ejerció una intensa presión sobre sus hospitales. Esta semana, el país se convirtió en el primero de Europa en superar los dos millones de casos confirmados y el número de pacientes hospitalizados alcanzó un nuevo récord.
Y aún así, un cierre nacional que se puso en marcha el mes pasado parece estar cambiando las cosas.
“Nuestros esfuerzos colectivos están empezando a dar frutos”, dijo ayer Jérôme Salomon, un alto funcionario del Ministerio de Salud, en una conferencia de prensa.
Francia es uno de los primeros países de Europa en volver a entrar en el bloqueo, pero las restricciones esta vez son menos duras que en primavera.
Los restaurantes, bares y cines están de nuevo cerrados, las reuniones públicas están prohibidas y el movimiento fuera de casa ha sido limitado. En la mayoría de las ciudades francesas, el uso de máscaras es obligatorio en los espacios públicos cerrados. Pero los parques y las escuelas siguen abiertos, las restricciones a las visitas a los hogares de ancianos no son tan estrictas y se permite que un mayor número de negocios permanezcan abiertos.
Los nuevos casos han disminuido en un 32 por ciento en las últimas dos semanas, y el número de muertes también parece estabilizarse, una señal alentadora.