La invitación a los floridanos acaudalados llegó por escrito y por teléfono.

“Me preguntó si quería tener una vacuna”, dijo Ryna Greenbaum, 89, contando el mensaje telefónico que recibió la semana pasada. “Soy una de las personas que le ha dado algo de dinero”.

La llamada, dijo, había sido hecha por Keith Myers, director ejecutivo del Sistema de Salud MorseLife, un hogar de ancianos de alto nivel y un centro de vida asistida en West Palm Beach, Florida, a los miembros de la junta y a los principales donantes.

MorseLife ha puesto las escasas vacunas contra el coronavirus – proporcionadas a través de un programa federal destinado a los residentes y al personal de las instalaciones de cuidados a largo plazo – a disposición no sólo de sus residentes sino también de los miembros de la junta directiva y de aquellos que hicieron generosas donaciones a la instalación, incluyendo a los miembros del Palm Beach Country Club, de acuerdo con las múltiples personas a las que se les ofreció acceso, algunas de las cuales lo aceptaron. No se pudo saber el número exacto de invitaciones, ni cuántas podrían haber ido también a los no donantes.

El episodio de MorseLife pone de relieve la forma en que el enfoque de retazos del país en materia de inmunización contra el coronavirus -dejando las decisiones sobre la elegibilidad en manos de las autoridades estatales y locales, así como de los proveedores individuales- está creando oportunidades para que los establecimientos proporcionen acceso a personas bien conectadas mientras miles de otras personas esperan largas horas en fila.