En marzo del año pasado, el gobierno del Reino Unido dijo que esperaba que el país pudiera limitar sus muertes por coronavirus a 20,000. Era un objetivo desolador, pero la nación lo aceptó a regañadientes.

Diez meses después, el Primer Ministro Boris Johnson ofreció una sombría sesión informativa pública, en la que anunció que el país podía contar ya con más de 100,000 personas muertas por Covid-19, en lo que calificó de “estadística sombría”.

De las naciones más afectadas, el Reino Unido se ha ganado el deshonor de tener el mayor número de muertes confirmadas del mundo, en proporción a la población.

El aumento del número de casos que comenzó en diciembre ha llevado a los hospitales al borde del abismo. Los trabajadores de las UCI dicen que se han visto obligados a “diluir” su atención y describen las luchas de la salud mental bajo una presión sin precedentes.

Las escuelas están cerradas y se han trasladado a la red, perturbando la vida de los estudiantes y de los padres trabajadores por igual. Todas las tiendas, excepto las esenciales, están cerradas. En Inglaterra se prohíbe socializar, incluso al aire libre, salvo en parejas para hacer ejercicio.

Pero no es tan sencillo. Al igual que en la primera oleada, el gobierno ha tardado en responder con restricciones al aumento de casos y muertes. No ha conseguido poner en marcha un sistema adecuado de rastreo de contactos y aislamiento. Y, de nuevo, ha sido lento en los controles fronterizos, ya que sólo cerró los “corredores de viaje” con más de 60 países o territorios a mediados de enero, en medio de un número récord de muertes diarias.

Los expertos afirman que el gobierno no ha aprendido de sus errores pasados y aún carece de una estrategia coherente.