A Korey Mudd no le asustó el equipo de limpieza que había en la puerta de su habitación de hotel en México cuando él y su mujer volvieron de la piscina.

“Había alguien limpiando la puerta y las manillas y demás”, dijo. Me preguntaron si era mi habitación y les dije que sí”.

El operador de la sala de control, de 30 años, no se preocupó hasta que el director del hotel y otros funcionarios se acercaron en un carrito de golf.

Le dieron malas noticias: La prueba de COVID-19 de Mudd, realizada esa mañana en el hotel para que pudiera embarcar en su vuelo de regreso a Michigan según las nuevas normas de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades para los vuelos internacionales a Estados Unidos, era positiva.

¿Cuándo podría hacer las maletas y trasladarse a otra habitación para someterse a un aislamiento obligatorio?

Una hora más tarde, Mudd fue llevado a una nueva habitación. A su mujer, que había dado negativo, se le dio la opción de quedarse en su casita de El Dorado Casitas Royale o trasladarse a una habitación contigua a la suya en el ala de cuarentena. Eligió esta última opción.

Era el quinto día de su luna de miel de una semana en la Riviera Maya, a las afueras de Cancún.

Los viajes a México y a otros destinos internacionales abiertos a los estadounidenses durante la pandemia de coronavirus adquirieron un riesgo adicional cuando las nuevas directrices de los CDC entraron en vigor el 26 de enero.

La familia terminó volando a Tijuana, México, cruzando a pie la frontera hasta San Diego y volando de vuelta a Kentucky desde allí.