Biden se refirió repetidamente al profundo desafío que suponen China y su líder para la influencia, la primacía económica y la democracia de Estados Unidos en su discurso conjunto ante el Congreso. No se trata sólo de una cuestión de política exterior: Biden tiende a refractar muchas cuestiones internas a través del prisma del creciente poderío de China y la necesidad de fomentar la competitividad estadounidense.
La teoría de Biden sobre China se cruza con su preocupación de que la democracia está amenazada en todo el mundo y de que los enemigos de EE.UU. ven los ataques al sistema político de Donald Trump y sus partidarios como una prueba de que el modelo de gobierno de EE.UU. está en problemas. El presidente se refiere a menudo a su conversación de dos horas con el líder chino, que le llamó para felicitarle por su investidura. “Él es mortalmente serio en cuanto a convertirse en la nación más significativa y consecuente del mundo”, dijo Biden. “Él y otros – autócratas – piensan que la democracia no puede competir en el siglo XXI con las autocracias porque se tarda demasiado en conseguir el consenso”.
Las opiniones de Biden sobre China se filtran en su política interior. Su ambicioso plan para compartir los beneficios de la riqueza estadounidense con los trabajadores está motivado, en parte, por el deseo de drenar el charco de alienación y dislocación económica que explotan los mercaderes de agravios populistas como Trump. También parece estar identificando un enemigo común para que demócratas y republicanos distanciados se unan en torno a él; por ejemplo, está impulsando un plan climático que los conservadores aborrecen al argumentar que Estados Unidos debería obtener los empleos forjados por una nueva economía verde en lugar de China.