Mientras que gran parte de la atención mundial se ha centrado en el desastre que se está produciendo en la India, la crisis en América Latina ha dado un giro alarmante.
La semana pasada, la región representó el 35% de todas las muertes por coronavirus en el mundo, a pesar de tener sólo el 8% de la población mundial.
La alcaldesa de Bogotá, Colombia, advirtió a los residentes que se prepararan para “las peores dos semanas de nuestras vidas”. Uruguay, antes alabado como modelo para mantener el coronavirus bajo control, tiene ahora una de las tasas de mortalidad más altas del mundo. El número de muertos también ha alcanzado récords en Argentina, Brasil, Colombia y Perú en los últimos días.
La crisis se debe en parte a fuerzas predecibles: suministros limitados de vacunas y lentitud en su distribución, sistemas sanitarios débiles y economías frágiles que hacen que sea difícil imponer o mantener las órdenes de permanencia. Brasil también está jugando un papel central. Su presidente, Jair Bolsonaro, ha desestimado sistemáticamente la amenaza del virus y ha denunciado las medidas para controlarlo, contribuyendo a alimentar una peligrosa variante que ahora acecha al continente.
América Latina ya era una de las regiones más afectadas del mundo en 2020, y la duración de la crisis hace que sea aún más difícil de combatir. La región ya ha soportado algunos de los cierres más estrictos, los cierres de escuelas más largos y las mayores contracciones económicas del mundo.
Ahora, a los expertos les preocupa que América Latina esté en camino de convertirse en uno de los pacientes de Covid de más larga duración del planeta, dejando cicatrices sanitarias, económicas, sociales y políticas que pueden ser más profundas que en cualquier otra parte del mundo.