Para los republicanos, la cuestión es si están dispuestos a romper con su propio partido, o al menos a criticarlo honestamente, para defender la democracia. No es algo fácil de hacer. Hay muchos estadounidenses que creen tanto en la democracia como en una agenda conservadora: menos regulaciones, leyes estrictas sobre el aborto, pocas restricciones a las armas, seguridad fronteriza estricta, fuerte apoyo a los departamentos de policía y a las iglesias. Estos estadounidenses ya no tienen un hogar partidista cómodo.
Si incluso una pequeña parte de los republicanos insisten en que el partido apoya la democracia, pueden tener éxito. Como han señalado varios expertos -entre ellos Anne Applebaum, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt- la estrategia más exitosa para hacer retroceder el giro autoritario de un partido político ha dependido de las deserciones entre personas que, por lo demás, están de acuerdo con ese partido. Por eso son significativos los comentarios de Cheney, Jeff Flake, Mitt Romney y otros republicanos que critican la gran mentira de Trump.
Los mismos expertos aconsejan a los demócratas que aplaudan la valentía de esos republicanos y no se obsesionen con sus muchos otros desacuerdos. La postura de Cheney importa porque es una republicana pro-armas, anti-aborto, anti-regulación y profundamente conservadora.
“El Partido Republicano se está deslizando hacia el autoritarismo a un ritmo aterradoramente rápido”, ha escrito Jonathan Chait en la revista New York. “Ese destino de la democracia estadounidense es el mayor problema de la política estadounidense”.