“No voy a arriesgar la vida de los australianos”, dijo el primer ministro. Pero los críticos dicen que aplazar la reapertura hasta mediados de 2022 podría causar daños duraderos.
Cuando las autoridades australianas anunciaron la semana pasada que era improbable que el país reabriera totalmente sus fronteras hasta mediados de 2022 debido al coronavirus, la reacción comenzó inmediatamente.
Los críticos advirtieron que Australia corría el riesgo de convertirse en una “nación ermitaña”. Los miembros de la diáspora australiana que llevaban meses luchando por volver a casa lo vieron como un nuevo golpe. El anuncio suscitó advertencias funestas por parte de líderes empresariales, jurídicos y académicos.
Las encuestas muestran que mantener las fronteras cerradas es una idea popular. Pero la oposición ve oportunismo político por parte del gobierno. Otros predicen que una política continuada de aislacionismo significa que los jóvenes podrían “enfrentarse a una década perdida” debido a la pérdida económica prolongada y al desplazamiento social.
Los funcionarios australianos sostienen que las restricciones a los viajes internacionales -algunas de las más estrictas del mundo- son la principal razón por la que el país ha tenido tanto éxito a la hora de aplastar el virus. El gobierno se resiste a las presiones de muchos sectores para que se considere una reapertura más temprana, y el primer ministro Scott Morrison declaró: “No voy a arriesgar la vida de los australianos”.