En los días helados y enfermizos del invierno, Joe Biden invocó el 4 de julio como el momento en que los estadounidenses patrióticos se unirían finalmente para declarar la victoria sobre la pandemia. El Presidente ofreció su promesa a una nación desmoralizada, abatida por el aislamiento, con millones de desempleados y muchos meses sombríos por delante.

Mientras los fuegos artificiales estallaban en el aire el domingo, no es exagerado decir que si uno tuviera que estar en cualquier parte del mundo en este momento, elegiría a Estados Unidos, dada la gran disponibilidad de vacunas y una economía en recuperación.

Biden se ha quedado corto en su objetivo de que todos los estadounidenses reciban al menos una inyección de la vacuna antes del 4 de julio (ha llegado al 67% de la población). Pero los aeropuertos seguían atestados este fin de semana con gente que tomaba vuelo para disfrutar de unas vacaciones largamente postergadas y de visitas familiares. Los restaurantes y bares también se están llenando, en la comodidad del aire acondicionado del interior. Los nuevos datos de empleo muestran que 850,000 estadounidenses volvieron a trabajar el mes pasado.

Tras descender a niveles insólitos, los casos de Covid-19 vuelven a aumentar. Los funcionarios de salud pública están muy preocupados por la variante Delta, más contagiosa. Millones de estadounidenses que se niegan a vacunarse -sobre todo en estados conservadores donde muchos desprecian los consejos de los científicos – siguen corriendo un grave riesgo.