Mimi Allen tiene dos hijas de 14 y 10 años. Las está criando sola. Ellas son su mundo.
Por eso, aunque esta asesora financiera de Phoenix no suele romper las reglas, hace poco decidió colarse en una farmacia local para que su hija menor recibiera la vacuna COVID-19 de Pfizer, que sólo está aprobada para mayores de 12 años.
Allen le contó el plan a su hija inmunodeprimida, mintió sobre la edad de su hija en el mostrador y salió aliviada.
El dilema de Allen es compartido por millones de estadounidenses que, con la vuelta a la escuela, reflexionan sobre la mejor manera de mantener a salvo a sus hijos, que no pueden vacunarse, mientras la variante delta sigue haciendo estragos y algunos líderes estatales se resisten a los mandatos de mascarilla en las escuelas.
Hacer que un niño menor de 12 años reciba la vacuna plantea cuestiones médicas y éticas y puede dar lugar a justificaciones que pueden ser desde comprensibles hasta engañosas. Entre las primeras: Los niños con enfermedades subyacentes merecen una vacuna teniendo en cuenta la alternativa. Entre las segundas: Dado que muchas personas rechazan la vacuna, es mejor utilizar una dosis, aunque las dosis siguen siendo necesarias para los adultos en riesgo que se resisten.
Cuando se les pidió su opinión, los médicos y los especialistas dieron un veredicto unánime: Aunque la tentación es comprensible, ponerle a un niño la vacuna COVID-19 introduce riesgos que pueden superar los beneficios.