Daniel Villacís estaba frente a la morgue de Guayaquil, Ecuador, con las fotos de sus tres hijos: David, Darwin y Johnny, todos ellos muertos la semana pasada durante el motín carcelario más mortífero de la historia del país.
Su cuarto hijo está vivo, pero sigue encarcelado en la misma prisión, lo que le hace terriblemente vulnerable, dijo Villacis.
“Es el último hijo que tengo”, dijo Villacis. “Está dentro por consumo de drogas, sé que cometió un error, pero dentro arriesga su vida”.
Las autoridades penitenciarias están actualmente en proceso de identificar los cuerpos de 118 personas que murieron en la Penitenciaría del Litoral de Guayaquil la semana pasada.
Pero su tarea es difícil: Muchas de las heridas mortales estaban desfiguradas, con varios reclusos decapitados o con quemaduras negras, testimonio de la ferocidad de los enfrentamientos.
¿Cómo obtuvieron los presos, en instalaciones supuestamente seguras, las armas para causar tan sangrientos estragos? Ecuador es un punto de tránsito clave en la ruta que lleva la cocaína desde Sudamérica a Estados Unidos y Asia, lo que lo convierte en terreno fértil para los enfrentamientos entre bandas. Y en esta lucha creciente por la supremacía, las cárceles se han convertido en campos de batalla disputados.