Emilie Sayler forma parte del consejo de un pueblo cercano y de la junta directiva de la liga infantil local. Fue a la universidad en un condado vecino y es voluntaria habitual en las escuelas de sus tres hijos.

A los pocos meses de empezar su nuevo trabajo como directora de salud pública del condado de Madison, esperaba que esas conexiones locales pudieran marcar la diferencia, que los menos de 10,000 residentes repartidos por esta región agrícola vieran su cara familiar y apoyaran sus esfuerzos para frenar la pandemia de COVID-19.

Esto no ha sucedido en gran medida. Los consejos escolares han rechazado incluso las medidas menores para prevenir los brotes, las tasas de vacunación languidecen y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades clasifican los niveles de infección en el condado rural como altos. Los padres, dijo Sayler, están enviando a los niños enfermos a la escuela.

A nivel nacional, KHN y The Associated Press han documentado que más de 300 líderes de la salud pública, cansados de los abusos y de que se cuestione su experiencia, han dimitido o se han retirado mientras el país lucha por recuperarse de la peor pandemia en un siglo. Han sido sustituidos por personas como Sayler, a menudo sin experiencia pero con la tarea de reparar la confianza de un público polarizado y fatigado.