Los padres de Max Mendoza se despertaron justo después del amanecer con el eco de un disparo, y salieron corriendo de su dormitorio para encontrar a su hijo de 12 años apoyado contra el sofá, con los ojos muy abiertos de dolor, terror y sorpresa.
“Es el verdadero. Es la auténtica”, susurró Max, agarrándose el pecho, aparentemente asombrado de que un arma que parecía de juguete, una pistola barata de color marrón y negro, pudiera acabar con su vida en un instante.
Pero lo hizo. Los investigadores de esta ciudad, al sur de San Diego, todavía están tratando de determinar exactamente lo que ocurrió aquella mañana de sábado de julio: si el alumno de séptimo grado se disparó accidentalmente o si su amigo de 15 años, que según la policía había llevado el arma al apartamento, la disparó mientras la exhibía.
Lo que sí es cierto es el tipo de arma que mató a Max. Era una “pistola fantasma”.
Las armas fantasma -armas de fuego imposibles de rastrear y sin número de serie, ensambladas a partir de componentes comprados en Internet- se están convirtiendo cada vez más en el arma letal de fácil acceso para quienes tienen prohibido legalmente comprar o poseer armas en todo el país. La delincuencia ha recurrido durante mucho tiempo a armas robadas con números de serie borrados, pero las armas fantasma representan una mejora de la era digital, y son especialmente frecuentes en los estados azules de la costa con leyes estrictas sobre armas de fuego.