Omicron, la variante del coronavirus con preocupantes mutaciones que se detectó por primera vez en el sur de África, en su mayor parte sin vacunar, ha llegado a Occidente, rico en dosis de vacunas. En medio del pánico mundial y de nuevas prohibiciones de viajar, han aparecido casos confirmados desde Gran Bretaña hasta Australia. Si el omicron arrasa ahora las capitales occidentales de forma tan grave o peor que la variante del delta anterior, las naciones ricas, según los científicos, recogerán lo que han sembrado.

Quizá ningún otro momento de la pandemia haya dado más veracidad al mantra, a menudo ignorado, de que “nadie está a salvo hasta que todos estemos a salvo”. Las variantes, dicen los expertos, son un efecto secundario mortal de la desigualdad en materia de vacunas, y de un sistema mundial que ha permitido a las naciones ricas, y a las grandes en desarrollo, acaparar vacunas para sí mismas, dejando a los países más pobres y menos poderosos subsistir con las migajas de las vacunas.