Desde hace dos años, Aline, una estudiante de posgrado de 30 años en Ohio, se ha protegido diligentemente -incluso desesperadamente- contra el coronavirus. Vacunada y reforzada, la semana pasada se sometió a una prueba antes de viajar a Atlanta durante las vacaciones. Se quedó sorprendida cuando el resultado fue positivo.

Aline, todavía no sabe cómo se contagió el virus: ¿fue porque llevaba una mascarilla de tela en lugar de una de calidad médica? – y le preocupa que la tos que tiene ahora pueda empeorar porque tiene diabetes. Sin embargo, esa no es la parte más dolorosa de la experiencia: “Me siento muy avergonzada y tonta”, dice, y molesta por haber causado estrés a su familia. “Es revelador que sienta tanta vergüenza por ello. Me estoy dando cuenta de la cantidad de juicios que albergaba en secreto contra las personas que se contagiaron antes.”

Aline forma parte de un rápido aumento de casos en Estados Unidos. A medida que las dos variantes chocan y los estados alcanzan nuevos récords a diario, los casos de avance se están volviendo más normales y menos una excepción; los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades advierten que estos casos son ahora “probables”. Para muchas personas que dan positivo en esta última oleada, el virus está provocando otro sentimiento desagradable en un calvario que ha dado mucho de sí: la vergüenza.

Las autoridades sanitarias han insistido en que es fundamental vacunarse y reforzarse completamente, y hacerse pruebas con frecuencia. Pero ni siquiera esas medidas de protección son una garantía contra la infección: En la semana que terminó el 11 de diciembre, Massachusetts, uno de los estados más vacunados, con un 74% de inmunización completa, informó de 11,431 infecciones, cerca del 37% del total de nuevos casos positivos.