La política china de “cero Covid” tiene un devoto seguidor: los millones de personas que trabajan diligentemente por ese objetivo, sin importar los costes humanos.
En la ciudad noroccidental de Xi’an, los empleados de un hospital se negaron a admitir a un hombre con dolor en el pecho porque vivía en un distrito de riesgo medio. Murió de un ataque al corazón. Informaron a una mujer embarazada de ocho meses que sangraba de que su prueba Covid no era válida. Perdió a su bebé. Dos guardias de seguridad de la comunidad, que pillaron por fuera a un joven durante la orden de encierro, le dijeron que no les importaba que no tuviera nada que comer y le dieron una paliza.
Un funcionario con nivel de subdirector en una agencia gubernamental de Pekín perdió su puesto la semana pasada después de escribir sobre las medidas de encierro en Xi’an, que calificó de “inhumanas” y “crueles”.
El éxito inicial de China en la contención de la pandemia mediante políticas autoritarias de mano dura ha envalentonado a sus funcionarios, dándoles aparentemente licencia para actuar con convicción. Muchos funcionarios creen ahora que deben hacer todo lo que esté en su mano para garantizar cero infecciones de Covid, ya que es la voluntad del máximo dirigente del país, Xi Jinping.
Para los funcionarios, el control del virus parece ser lo primero, y la vida, el bienestar y la dignidad de las personas mucho más tarde.