Antes de Covid-19, Nicolas Rimoldi nunca había asistido a una protesta.

Pero en algún momento del largo y tortuoso camino de la pandemia, en el que su Suiza natal impuso primero un bloqueo, luego otro, y finalmente introdujo los certificados de vacunación, Rimoldi decidió que estaba harto.

Ahora lidera Mass-Voll, uno de los mayores grupos europeos de pasaporte antivacunas orientado a los jóvenes.

Como ha decidido no vacunarse, Rimoldi, estudiante y cajero de supermercado a tiempo parcial, está – al menos por ahora – excluido de gran parte de la vida pública.

Sin el certificado de vacunación, ya no puede terminar su carrera ni trabajar en una tienda de comestibles. No puede comer en restaurantes, asistir a conciertos o ir al gimnasio.

“Las personas sin certificado como yo, ya no formamos parte de la sociedad”, dijo. “Estamos excluidos. Somos como seres humanos menos valiosos”.

Cuando la pandemia ha entrado en su tercer año, y la variante Omicron ha provocado una nueva oleada de casos, los gobiernos de todo el mundo siguen lidiando con el reto de controlar el virus.

Las vacunas, una de las armas más poderosas de sus arsenales, están disponibles desde hace un año, pero una pequeña y ruidosa minoría de personas -como Rimoldi- no las acepta.