La variante altamente contagiosa del coronavirus llevó al sistema sanitario de la ciudad hasta el punto de ruptura, pero no lo superó.

Más de 60,000 neoyorquinos dieron positivo en las pruebas del coronavirus en un solo día. Las colas para las pruebas se alargaron durante horas y el programa de hoteles en cuarentena se duplicó. Las salas de urgencias abarrotadas tenían muy pocas enfermeras. Las morgues de los hospitales se llenaron tanto que la ciudad tuvo que reubicar unos 200 cadáveres.

Como un tsunami, la variante Omicron del virus arrasó la ciudad de Nueva York entre diciembre y enero, anegando las defensas que se habían construido en los últimos dos años. Algunos epidemiólogos estiman que el 40% o más de los residentes estaban infectados. Según las estadísticas estatales, más de uno de cada diez alumnos de escuelas públicas y aproximadamente uno de cada cuatro miembros del personal escolar sufrieron infecciones confirmadas.

La extraordinaria oleada puso de manifiesto los problemas de falta de personal en los hospitales de la ciudad, sobre todo entre el personal de enfermería, en un grado nunca visto antes en la pandemia. Durante varias semanas, decenas de miles de pacientes fueron atendidos por equipos sanitarios muy mermados por la enfermedad y el agotamiento.