La última vez que Xi Jinping salió de China fue hace más de dos años, para un viaje diplomático a Myanmar. Días más tarde, ordenó el cierre de Wuhan, lo que dio inicio a la agresiva política china de “cero Covid”. Al quedarse en casa, Xi ha reducido sus posibilidades de contraer el virus y ha enviado un mensaje de que está jugando con al menos algunas de las mismas reglas de la pandemia que otros ciudadanos chinos.
Hasta la semana pasada, Xi tampoco se había reunido con ningún otro líder mundial desde 2020. Había realizado su diplomacia por teléfono y videoconferencia. Cuando finalmente rompió esa racha y se reunió en Pekín el viernes con otro jefe de Estado, ¿Quién era?
Vladimir Putin.
Su encuentro dio lugar a una declaración conjunta, de más de 5,000 palabras, que anunciaba un nuevo acercamiento entre China y Rusia. Proclamaba una “redistribución del poder en el mundo” y mencionaba a Estados Unidos seis veces, todas ellas de forma crítica.
The Washington Post calificó la reunión como “un intento de hacer del mundo un lugar seguro para la dictadura”. Kevin Rudd, ex primer ministro de Australia, declaró a The Wall Street Journal: “El mundo debería prepararse para una nueva e importante profundización de la relación económica y de seguridad entre China y Rusia”.