Tenía 43 años cuando empezó la pandemia. Ahora me parece que tengo 60.
Eso parecería desafiar las leyes de la física y el sentido común, pero el ritmo de envejecimiento no es tan sencillo como se creía. Y el agotamiento pandémico, aunque no es una condición que figure en el Diccionario Médico, es algo real, que mina el espíritu, al igual que el cuerpo.
Un artículo publicado el mes pasado en la revista científica Nature sugería que la pandemia ha acelerado el proceso de envejecimiento, no sólo de los millones de personas que han contraído el virus, sino también de los afectados por la agitación y el aislamiento de la vida remota.
Otros han notado la piel arrugada, el pelo canoso, las articulaciones que crujen y una sensación de soso crónico descrita por el psicólogo Adam Grant como “languidez”.
Para muchas personas que han tenido Covid-19, la ardua recuperación les ha hecho sentirse “más viejos de lo que son”, afirma Alicia Arbaje, profesora asociada de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins.
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