Las naranjas de Florida, las patatas de Idaho, las manzanas de Washington… ¿Qué tienen en común?
Una ingeniosa etiqueta llamada indicación geográfica (IG).
Una IG es una etiqueta legal que indica que un producto procede de una región determinada.
Las IG pueden ser nacionales o internacionales. Las IG nacionales están protegidas por los gobiernos locales, mientras que las internacionales están protegidas por la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Una vez que se ha aprobado el estatus de IG, las etiquetas funcionan de forma similar a las marcas.
Para los consumidores, las IG actúan como garantía de calidad y pueden significar que un producto cumple determinadas normas de producción
Para los productores, las IG pueden contribuir a que las comunidades locales inviertan en su proceso de producción único, al tiempo que les permiten impulsar la distribución y aumentar los precios
Un ejemplo: El aumento promedio en el precio de los alimentos con indicación geográfica es del 43%. En el caso del vino, es del 300%.
En Benín, un país de África Occidental que acaba de conseguir su primera etiqueta de IG para la codiciada piña Sugarloaf, el 38% de la población trabaja en las explotaciones agrícolas, y el 45% vive con menos de 1.9 dólares al día.
¿Qué tan lucrativas pueden ser las IG? Basta con mirar a la UE, que al parecer registró unos 84.000 millones de dólares en ventas de productos marcados con IG en 2017.