Se suponía que las compras en línea iban a dar a los consumidores más poder y libertad. En cambio, los costos de los artículos del hogar están fluctuando casi como el Bitcoin.
En los primeros días de Internet, había entusiasmo por el hecho de que el comercio electrónico conduciría a una mayor transparencia de precios, permitiendo a los compradores saber dónde encontrar las mejores ofertas. Se suponía que esto sería bueno para los consumidores y malo para los minoristas.
En cambio, ha surgido otra realidad: Los compradores están perdiendo de vista lo que cuestan las cosas.
Los minoristas tienen incentivo para desviar la atención de los precios, ofreciendo otras zanahorias como la comodidad y la facilidad de uso. Al mismo tiempo, los compradores están cada vez más abrumados por la complejidad de las opciones de productos, los precios, los descuentos y los planes de pago.
Todo esto ocurre sobre un sistema, del que Amazon es pionero, que maneja precios dinámicos alimentados por algoritmos.
Cuando Amazon sube y baja los precios de los productos millones de veces al día utilizando un complejo algoritmo basado en los precios de los competidores, la oferta y la demanda, y los hábitos de compra, sus rivales suelen seguir su ejemplo. Y como los precios varían con tanta frecuencia, el catálogo de Amazon no puede prometer un precio concreto y los consumidores tienen que seguir sus variaciones si quieren las mejores ofertas.