El presidente Andrés Manuel López Obrador, inauguró el lunes uno de sus proyectos de construcción más emblemáticos, el nuevo aeropuerto de Ciudad de México, que refleja los contrastes y contradicciones de su administración.
Hay austeridad gubernamental -su principal promesa de campaña se exhibe plenamente en la terminal más bien escueta-, así como su habitual dependencia excesiva del ejército mexicano.
El presidente ve el nuevo aeropuerto como un símbolo de su batalla crepuscular contra los privilegios, el conservadurismo y la ostentación, cosas que desprecia. Rechaza más que nada -excepto quizás los consejos extranjeros- la idea de “un gobierno rico en un país pobre”.
El nuevo aeropuerto funcionará conjuntamente con el actual aeropuerto de la Ciudad de México, cuyas dos terminales saturadas se habían programado para cierre según el plan anterior.
Es uno de los cuatro proyectos clave que se apresura a terminar antes de que termine su mandato en 2024 -el aeropuerto, una refinería de petróleo, un tren turístico en la península de Yucatán y un tren que una los puertos marítimos de la costa del Golfo y del Pacífico-, lo que refleja su visión de que el suyo no es un mandato presidencial normal de seis años.