En Gran Bretaña han llegado esta semana varias noticias económicas desalentadoras: Los precios están subiendo a su ritmo más rápido en 30 años, los salarios ajustados a la inflación han sufrido la mayor caída en casi ocho años y la economía apenas creció en febrero.

Incluso antes de que Rusia invadiera Ucrania, el crecimiento económico de Gran Bretaña se había ralentizado. Pero esa guerra ha debilitado las perspectivas económicas, como ocurre en muchos otros países. El aumento de los costes energéticos se está trasladando a las facturas de los hogares. Fabricantes, agricultores y supermercados han advertido del aumento del coste de los insumos esenciales en su cadena de suministro procedentes de bienes producidos en Rusia y Ucrania, como metales, trigo, fertilizantes y aceite de girasol. El dolor es de gran alcance: incluso el pescado y las patatas fritas, un alimento básico británico tradicionalmente barato, ha subido de precio.

El índice de precios al consumo subió un 7% en marzo en comparación con el mismo periodo del año anterior, frente al 6.2% del mes anterior, según informó el miércoles la Oficina de Estadísticas Nacionales. Esta cifra superó las previsiones de los economistas. La inflación se vio impulsada por los precios récord de la gasolina y el gas, así como por las grandes subidas en restaurantes y hoteles, en alimentos y bebidas, y en ropa y muebles.