Las empresas recurren a tecnologías avanzadas para responder a una pregunta complicada: ¿De dónde proceden realmente los productos?
En una desmotadora de algodón del Valle de San Joaquín, en California, una máquina ayuda a rociar una fina niebla que contiene miles de millones de moléculas de ADN sobre algodón Pima recién limpiado.
Ese ADN actuará como una especie de minúsculo código de barras, anidando entre las fibras esponjosas mientras se transportan a las fábricas de la India. Allí, el algodón se hilará y se tejerá en sábanas, antes de aterrizar en las estanterías de las tiendas Costco de Estados Unidos. En cualquier momento, Costco puede comprobar la presencia de ADN para asegurarse de que el algodón cultivado en Estados Unidos no ha sido sustituido por materiales más baratos, como el algodón procedente de la región china de Xinjiang, prohibido en Estados Unidos por sus vínculos con el trabajo forzado.
En medio de la creciente preocupación por los abusos en las cadenas de suministro mundiales, las empresas y los funcionarios públicos recurren cada vez más a tecnologías como el rastreo de ADN, la inteligencia artificial y las cadenas de bloques para rastrear las materias primas desde el origen hasta la tienda.
En Estados Unidos, las empresas están ahora sujetas a nuevas normas que les obligan a demostrar que sus productos se fabrican sin trabajo forzoso, o se exponen a que se los confisquen en la frontera.