Hace sólo tres meses, casi tres docenas de científicos y conservacionistas dieron la voz de alarma: el Gran Lago Salado de Utah se enfrentaba a un “peligro sin precedentes” y, a menos que los legisladores del estado adoptaran por la vía rápida “medidas de emergencia” para aumentar drásticamente su caudal de aquí a 2024, era probable que desapareciera en los próximos cinco años.
Ahora, después de un invierno increíble lleno de lluvia y nieve, hay un rayo de esperanza en el lago terminal más grande de Norteamérica, donde los niveles de agua habían caído a un mínimo histórico el otoño pasado en medio de una sequía histórica, impulsada por el cambio climático en todo el Oeste.
Toda la lluvia y la nieve de este invierno que cayeron directamente en el Gran Lago Salado aumentaron el nivel del agua en un metro. Benjamin Abbott, catedrático de Ecología de la Universidad Brigham Young y autor principal del informe de enero, afirma que, aunque “parece una respuesta a las plegarias”, los expertos han advertido que un buen invierno no basta para salvar el emblemático lago.