Antes de que los desarrolladores de vacunas puedan presentar sus productos al gobierno para su aprobación, se les exige que realicen estudios con muchos miles de voluntarios. Alrededor de la mitad de esos voluntarios reciben la vacuna real, y la mitad recibe un placebo inerte. Pasan varias semanas o meses, y los investigadores luego cuentan cuántas personas de cada grupo se enfermaron durante ese tiempo.
Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, la eficacia de una vacuna simplemente mide “la reducción proporcional de casos entre las personas vacunadas”, en comparación con el grupo que recibió un placebo en el mismo estudio.
Por ejemplo, Pfizer/BioNTech anunció el mes pasado que de más de 43.000 voluntarios en su estudio, 170 personas contrajeron la covid-19. De esas 170, sólo ocho personas habían recibido la vacuna real, y 162 habían tomado un placebo. Por lo tanto, se estimó que la vacuna era efectiva en un 95 por ciento. En otras palabras, la tasa de enfermedad fue 95 por ciento más baja entre el grupo vacunado que entre el grupo de placebo.
Moderna anunció resultados muy similares el lunes: 196 voluntarios en su estudio contrajeron covid-19, “de los cuales 185 casos de covid-19 se observaron en el grupo de placebo, frente a 11 casos” en el grupo vacunado. Eso resultó en una eficacia de la vacuna del 94,1 por ciento.
Estos resultados parecen ser muy, muy fuertes. En comparación, las vacunas contra la gripe estacional suelen tener porcentajes de eficacia en los 60 o menos. Pero es importante recordar que sólo están midiendo los resultados de estudios clínicos controlados. No sabremos qué tan bien funcionan las vacunas en el mundo real hasta y a menos que sean aprobadas por el gobierno y administradas a decenas de millones de estadounidenses.