Las pandemias sólo pueden contenerse mediante la colaboración organizada y la diplomacia cooperativa.
A medida que los ensayos de vacunas contra el coronavirus que han tenido éxito dominan los titulares en todo el mundo, algunos políticos siguen considerando el esfuerzo por poner fin a la pandemia como una carrera competitiva entre naciones.
Recientemente, funcionarios británicos despertaron la ira de los Estados Unidos y la Unión Europea por la aprobación por vía rápida de la vacuna Pfizer-BioNTech, jactándose de que la temprana campaña de inoculación del Reino Unido lo convirtió en “un país mucho mejor” que sus rivales europeos y estadounidenses. Mientras tanto, Pfizer informó a las autoridades de los Estados Unidos de que no podía suministrar dosis significativamente mayores de su vacuna que los 100 millones ya adquiridos por los Estados Unidos antes del próximo verano, porque otros países han comprado su suministro.
Si bien éste es el ejemplo más reciente de “nacionalismo de la vacuna” -un nuevo término que describe los esfuerzos unilaterales para salvaguardar los intereses nacionales a expensas de los colectivos, así como el uso de esos esfuerzos para avivar el patriotismo- esa postura no es exclusiva de Gran Bretaña. Desde marzo, los Estados Unidos, China, la India, Corea del Sur y Alemania, entre otros, han buscado diversas formas de delimitar sus investigaciones, tratamientos, equipo de protección personal y equipo médico.
La historia muestra que, en las emergencias graves, la cooperación internacional y la puesta en común de los recursos pueden dar lugar a avances sorprendentes con el potencial de salvar millones de vidas. También nos muestra que el nacionalismo y el impulso de acaparar descubrimientos por parte de los países individuales pueden impedir la capacidad de la ciencia para llevar a cabo colaboraciones y producir mejoras continuas que beneficien a todos.
Cualquiera que se alarme por la continua propagación mundial del coronavirus debería estar igualmente alarmado por el impulso hacia el “nacionalismo de la vacuna”. La historia revela que las crisis médicas exigen liderazgo, cooperación y acción mutua, con una indiferencia por los intereses nacionales que coincide con la indiferencia del virus por las fronteras.
Como declaró recientemente el Director General de las Naciones Unidas, António Guterres, “Por primera vez desde 1945, el mundo entero se enfrenta a una amenaza común, independientemente de la nacionalidad, la etnia o la fe”. Pero mientras que el Covid-19 no discrimina, nuestros esfuerzos para prevenirlo y contenerlo sí lo hacen”.
Si dejar de lado el nacionalismo ayudó a alimentar la producción de penicilina que salvó vidas en los años 40, no hay razón para permitir que nuestras fronteras políticas impidan que la ciencia respetuosa, unida y plenamente colaboradora se ponga a trabajar para nosotros hoy en día.