Esta semana se cumple el 250 aniversario de Beethoven, hijo de un padre muy duro debido a su carrera musical decepcionante y una madre que murió de tuberculosis cuando aún era adolescente.

Tuvo su oportunidad cuando logró poner una de sus cantatas en manos de Joseph Haydn, entonces tal vez el más grande compositor del mundo, que accedió a enseñarle.

Recibió una nota de un mecenas, cuando dejaba su Bonn natal para ir a la tutela de Haydn en Viena, que decía, “Con la ayuda de una diligencia incesante recibirás el espíritu de Mozart de las manos de Haydn.”

Ludwig van Beethoven cumplió esa predicción, superando de alguna manera la lenta y agonizante pérdida de su audición en los siguientes 35 años para componer sinfonías, marchas, fugas, conciertos, sonatas y, por supuesto, cantatas que han perdurado durante siglos.