El presidente Donald Trump nominó a Amy Coney Barrett a la Corte Suprema para destruir la Ley de Cuidado Asequible y prevalecer en cualquier demanda sobre una elección disputada.
A los dos meses del mandato de Barrett, esos temores parecen infundados. Pero los conservadores siguen teniendo la esperanza de que ella promueva la causa de la libertad religiosa, amplíe los derechos de la Segunda Enmienda y cimiente una mayoría conservadora en el más alto tribunal de la nación.
Tienen razones para estar confiados. Como sucesora de la fallecida Jueza Asociada liberal Ruth Bader Ginsburg, Barrett marcó la diferencia el mes pasado en un fallo de 5-4 que bloqueó los estrictos límites de COVID-19 en las reuniones religiosas en Nueva York. Ese fallo sentó un precedente que la corte ha aplicado desde entonces en California, Nueva Jersey y Colorado.
Pero la ex juez de la corte federal de apelaciones y profesora de la escuela de leyes ha mantenido un perfil bajo desde que se unió a la corte una semana antes del día de las elecciones, dejando pocas pistas sobre qué tipo de juez será en las próximas décadas.