El legado de todo líder se define por los grandes retos. El Presidente Barack Obama lideró el rescate de la economía mundial tras el crack financiero global. La Canciller Angela Merkel lideró la acogida en Alemania de los refugiados que huían de la guerra cuando pocos lo hacían y el presidente Nelson Mandela sacó a Sudáfrica del apartheid e hizo la paz con sus antiguos adversarios.
Hoy, el Presidente Joe Biden tiene sobre sus hombros no una, sino muchas pruebas extraordinarias de una magnitud sin parangón. No han pasado ni cien días de su administración y ya estamos viendo -afortunadamente para el mundo- cómo es su liderazgo: desde la acción doméstica para controlar la pandemia hasta los esfuerzos globales para abordar el cambio climático y perseguir una fiscalidad corporativa progresiva.
Sin embargo, la prueba más urgente que todavía necesita el liderazgo de la comunidad internacional es la acción para acabar con la pandemia. Debemos sentirnos avergonzados con el estado del despliegue mundial de vacunas: el 86% de todas las vacunas han ido a parar a las naciones más ricas, y sólo el 0,1% ha llegado a los países con menos ingresos. La mayoría de los países pobres tienen que esperar al menos hasta 2024 para inmunizar a su población. Algunos podrían no llegar nunca.
En el mundo no faltan líderes que toman medidas admirables para vencer la pandemia dentro de sus fronteras. Pero el fin de la pandemia no puede ser alcanzado por un país solo. Como se ha dicho, nadie está a salvo hasta que todo el mundo esté a salvo. Y derrotarla depende inexorablemente del liderazgo de Estados Unidos.
Lo que se pide es que el presidente Biden apoye una exención temporal en la Organización Mundial del Comercio (OMC) de las normas de propiedad intelectual sobre las vacunas y tecnologías del COVID-19. Esta medida, combinada con el liderazgo de Estados Unidos tanto en la transferencia de tecnología a través de la Organización Mundial de la Salud, como en una inversión global coordinada en la distribución de la capacidad de fabricación, permitiría al mundo producir miles de millones de vacunas más -en particular en el mundo en desarrollo- para que podamos vencer a este virus en todas partes.