En una ciudad en la que no faltan las pizzas -ni los autodenominados críticos gastronómicos- un empresario apuesta por los comensales con sentido de la aventura.
Los romanos comen pizza a todas horas.
Comen pizza a taglio, cortada con tijeras al tamaño deseado y repleta de ingredientes, para el almuerzo. También comen pizza bianca, sin nada encima, o pizza rossa, sólo con salsa de tomate, o pizzette, pequeñas pizzas. La “Pizza scrocchiarella”, redonda y de masa fina, el tipo que mejor reconocen los estadounidenses, se reserva casi siempre para la cena.
Esencialmente, los romanos comerán pizza, aquí y allá, la comerán en cualquier sitio. Pero, ¿podrían comerla de una máquina expendedora?
Massimo Bucolo, un vendedor de aparatos médicos convertido en empresario pizzero, apuesta por ello. Ha instalado la primera máquina expendedora de pizzas de Roma en un bullicioso barrio a poca distancia de la principal universidad de la capital.
Confía en que la máquina expendedora -que prepara una pizza fresca desde cero en exactamente tres minutos- se imponga entre la población romana amante de las pizzas, sobre todo a deshora, cuando los locales tradicionales están cerrados y la clientela es, digamos, menos exigente.