El presidente francés Emmanuel Macron está harto.
Su gobierno tiene previsto ampliar el actual “pase sanitario”, exigido a quienes visitan cines, teatros y museos, para incluir también los restaurantes, los viajes largos en tren, los bares y los aviones a partir de agosto. El pase debe acreditar la vacunación completa, una prueba reciente de Covid-19 negativa o una prueba de recuperación reciente de la enfermedad. Ya ha suscitado protestas masivas y denuncias de que el presidente francés está asumiendo poderes con tintes dictatoriales que aplastan las libertades básicas.
La medida de Macron llega en un momento en el que aumenta rápidamente la frustración de los estadounidenses vacunados con sus compatriotas -desproporcionadamente en los estados conservadores- que se niegan a vacunarse y han permitido que la pandemia repunte vengativamente. Entonces, ¿podría funcionar algo parecido a las propuestas francesas en los Estados Unidos? Es muy poco probable. Y ningún líder, y mucho menos un presidente demócrata con minúsculas mayorías en el Congreso, pensaría que es políticamente prudente intentarlo.
Si muchos estadounidenses no se vacunan porque consideran que el gobierno les aconseja que lo hagan, es poco probable que funcionen las restricciones federales sobre dónde pueden ir los no vacunados. Y el poder difuso del sistema estadounidense significa que muchos estados ya han actuado, o lo harán, para evitar tales restricciones. Así que, mientras algunos políticos conservadores instan a sus partidarios a vacunarse mientras la variante Delta se extiende por todo el país, los vacunados van a tener que vivir con el hecho de que la ansiada liberación de Covid-19 en todo el país puede estar a meses de distancia.