Guardar un secreto es algo que nos cuesta mucho ya que requiere de madurez cognitiva a nivel fisiológico y mucha responsabilidad; por lo general, el secreto no se cuenta porque implica algo íntimo y personal y al divulgarlo puede lesionar al dueño del secreto. Un secreto puede “pesar” mucho porque lleva una carga emocional.
Si guardar un secreto es una emoción difícil de manejar, para un niño lo es aún más. Ahí también se debe tener en cuenta lo que son los secretos buenos, que por lo general son inofensivos y los malos que son perjudiciales; el agravante aquí, es que posiblemente un niño no está en capacidad de hacer la distinción.
Secretos inofensivos:
- Una fiesta sorpresa
- Un regalo que le vamos a dar a alguien
- Mamá regresa antes de tiempo
- También hay secretos que se vuelven frecuentes, que se convierten en mentiras y se normalizan. Por ejemplo:
- No le digamos a nadie que mamá te dejó solo por un rato
- No contemos que no nos bañamos hoy
- No digas a nadie que te dejé comer muchos helados y chocolates
Así, el adulto responsable normaliza la mentira y para el niño se vuelve una situación normal.
Después vienen los secretos que no son inofensivos y que pueden tener carga de peligrosidad, por ejemplo:
- Yo no quise pegarte, por favor no le digas a tu papá.
- Te grité mucho, pero también papá lo hace, no se lo cuentes.
- Aquí no hay un secreto sino una manipulación.
Cuando se normalizan los secretos, se pude abrir espacio para el abuso emocional, físico, sexual, verbal, bullying y cyberabuso.
Así, el niño comienza a guardar un secreto, lo oculta y forma parte de él, afectándolo mucho ya que no tiene la madurez emocional para manejarlo.
Por lo tanto, lo mejor es decir la verdad y evitar los secretos; así no se genera la costumbre de llevar una doble vida o una doble moral.
A un niño siempre debe hablársele con la verdad, ya que ellos confían en nosotros; no los volvamos parte de nuestros secretos y heridas porque los secretos familiares se convierten en creencias limitantes que los afectarán para siempre.
